viernes, 22 de agosto de 2008

ORIGEN DE UNA LEYENDA:

“LA LEYENDA DE LA ROSA DEL INCA”

En el tiempo de las Ajilas, la siempre castas sacerdotisas del Inti, residente en el Lago Titicaca– único recinto en donde el sol y la luna un día al año se encontraban para fecundar las mieses, irradiar la luz y hacer manar las aguas sólo se abría para dar salida a la elegida por el inca para prolongar la pureza de la raza. Huiracocha había inaugurado allí el reino de la diosa Pachamama.
Un lejano día de esos, aquel invencible guerrero domador de los Andes llamados Tupac Canquí, talvez padre del no menos mentado Ollantay, osó cruzar la superficie de plata del lago sagrado y escaló los altos farallones que guardaba el recinto. LA CURIOSIDAD cegó la conciencia de Tupac Canqui y el atrevimiento lo llevó a profanar el lugar: allí descubrió, obediente (a un hado incontenible) a la hermosa ñusta Ajlla que habría de ser el amor de su existencia. Descubrirse y amarse recíprocamente, fue todo uno. El tiempo quiso detenerse ante el hermoso idilio.
Pero las leyes del Inca se erigían amenazantes en todo el Tahuantisuyo. Huyeron por el rumbo de la Cruz del Sur para salvar las mies de las nueve lunas; mientras el Tiahuanaco se llenaba de voces de estupefacción y de ira, tropeles armados partieron a castigar la afrenta para la casta del Inca. Dicen que no obstante las ordenes, los muchos chasquis y guerreros que demandó la empresa, el Inca nunca pudo alcanzarlos, y que desde entonces se mantuvo vívida la orden de persecución en la región.
Cuenta que la pareja formada por Tupac Canquí y ñusta Ajlla, rodando tierras, llegó a sentar sus reales más al sur de la Cordillera de las Aguas Calientes, hasta las proximidades de los salares de Pipanaco, donde algunas vertientes empiezan a juntar las aguas para echarlas cuesta abajo hacia el reino de las barcas.
De este amor nacieron muchos hijos sufrientes, parco, laboriosos, bravíos e indómitos, descendientes de Aymares y fundadores de los pueblos diaguitas, de los que ahora quedan “los huachos hombres de ushuta que integran la tropa humana tienen la mirada triste tienen la faz arrugada tienen famélico el cuerpo pero la frente muy alta”.
Las leyes del Inca no les alcanzaron, pero si el maleficio de los hechiceros a su servicio. Al morir ñusta-Ajlla fue enterrada en la cima de la montaña. El viejo guerrero Tupac Canquí, triste por el amor ausente se acostó una noche a dormir el sueño milenario de la piedra, para vivir eternamente su sueño de amor y exponerse a la curiosidad, su pecado vital.
Dicen que el chasqui andalgalense fue el primero que arriando una majada de vicuñas volvió a la cima de la montaña, donde se encontraba la sepultura de ñusta Ajlla, descubriendo que entre los pesados peñascos que habían tapado aquel cuerpo, florecían en la piedra pétalos de sangre, apiñados como rosas, vereteando la superficie inerme. Tomó una de esas piedras, dejó la majada y partió presuroso con la ofrenda de paz para el Inca.
Cuenta que el Inca acogió la piedra sanguínea que le entregara el chasqui, como quien recibe de vuelta al hogar a quien las generaciones no solo han perdonado, sino que quieren reivindicar haciéndole mártir del amor.
Desde entonces trozos de esa piedra bautizada ”ROSA DEL INCA”, colgaron del cuello de las princesas del Tiahuanaco, en señal de perdón, de reconciliación, de fidelidad, de sacrificio y de adhesión al amor grande y verdadero; y aquel lugar único donde se hallaba, fue poco a poco considerado un lugar sagrado, de veneración. Esta veneración que se prolongo hasta siglos posteriores: los monjes misioneros erigieron n lugar rústicas capillas de pirca en acción de gracias, bautizando a la cima como “CAPILLITAS”

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